Sábado, 23 de Febrero, 2019
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La ira aumenta la activación del sistema nervioso, el encargado de liberar unas hormonas llamadas catecolaminas, una de las hormonas relacionadas con el estrés, que son las que afectan directamente al sistema cardiovascular, elevando la frecuencia cardiaca, la tensión arterial, y aumentando la probabilidad de que se formen en el cuerpo trombos o se produzca un infarto de miocardio.
El esfuerzo que realiza nuestro cuerpo cuando se desata esta emoción es muy elevado, se produce un aumento en la tensión muscular y la secreción de adrenalina, por lo que se elevan los niveles de energía, el organismo entra en una especie de lucha y someterlo a una activación constante comporta riesgos de padecer además de enfermedades cardiovasculares, ictus cerebrales.
El lóbulo frontal derecho de nuestro cerebro es el encargado de controlar las emociones negativas y el izquierdo las positivas. Cuando nos enojamos el lóbulo frontal derecho de nuestro cerebro se activa haciendo que la racionalidad se pierda, esto eleva los niveles de dopamina generando que las zonas del cerebro que nos permiten auto controlarnos se inactiven. Esta actitud hace que al estar en este estado cometamos actos que no hacemos en estado normal.
La ira se asocia con el hígado y la vesícula biliar, los cuales acumulan y gestionan la bilis. La ira es resultado del resentimiento, la frustración, la irritabilidad o la furia… todos estos sentimientos nos generan segregación excesiva de bilis. Un exceso de ira produce dolor de cabeza, mareos, pérdida de energía y presión sanguínea alta.
Con la emoción de la ira, las respuestas fisiológicas suelen estar relacionadas con alteraciones cardiovasculares, con un aumento hormonal y aumento del flujo sanguíneo. La función de estas respuestas es la movilización de energía para las reacciones de autodefensa o ataque. Por eso, percibimos que nuestra energía aumenta y que necesitamos actuar de forma impulsiva, intensa e inmediata con el objetivo de solucionar de forma activa el problema con el que nos enfrentamos.
La Ira aumenta la presión sanguínea, lo que a su vez deriva en que las arterias se deterioren.
La Ira provoca que se eleve el pulso cardiaco y la respiración, situación que provoca que el corazón trabaje de más y corras el riesgo de enfrentar una taquicardia.
Las explosiones de furia aumentan el riesgo de sufrir un ataque cardíaco.
La bilis se derrama dentro del cuerpo y la sangre es enviada a las orillas, dejando a órganos importantes sin ella.
Se recomienda exteriorizar la ira de alguna manera, para evitar que devenga una enfermedad. Pero es importante saber que existen varias formas de canalizar la ira, por ejemplo, en actividades sanas, como, el ejercicio físico, meditación, técnicas de relajación, etc.
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